Isla siniestra

by - febrero 15, 2018


PRÓLOGO

ALEXIS


Miré hacia adelante y me topé con el paraíso tropical del que me había enamorado desde la primera vez que llegué a esa isla. En el horizonte el sol comenzaba a ahuyentar la oscuridad con su intenso brillo. Los pájaros habían comenzado con su dulce cantar y una suave brisa marina refrescaba el ambiente.

La temporada de tormentas había terminado y según los reportes del clima ya era seguro viajar. Probablemente, mañana vendría un bote con provisiones desde Nueva Zelanda, nuestro supuesto boleto de salida. Después de todo habíamos sobrevivido todo este tiempo y justo cuando estábamos a punto de salir de esa pesadilla…

―¿Qué carajos miras? ―dijo presionando la punta de la escopeta contra mi dolorida cabeza. Creía tener una concusión, pero suponía que en estos momentos algo así ya no importaba. Después de todo, estaba caminando hacia mi muerte―. Te dije que caminaras, no que vieras el amanecer.

―Por favor, por favor ―suplicó Ricardo detrás de mí, estaba atado de pies y manos.  No quise verlo porque sabía que si lo hacía, me desesperaría igual que él y ahora necesitaba pensar y ser fuerte, no sumirme en la desesperanza―. No le hagas daño…

Ignoró sus súplicas como yo sabía que lo haría, después de todo este era el momento por el que esa persona había estado trabajando tanto tiempo. Me odié a mí mismo por no haberle prestado más atención a las señales, especialmente cuando todo había sido tan obvio.

Además, se aprovechó del hecho de que Ricardo y yo estábamos solos. Si desaparecíamos era muy probable que nadie jamás nos buscara. Ninguno de los dos teníamos familia que nos extrañara. Yo huía de la justicia y de mi pasado. Había llegado a ese lugar con la intención de desaparecer del mapa, cosa que había logrado, y Ricardo era un desprestigiado de su profesión, también culpable de sus propios pecados. Para los aldeanos éramos simplemente aquellos hombres que no importaba si vivían o morían.

Nadie nos rescataría.

Y no había forma de escapar.

Estábamos atrapados y sin importar lo mucho que quería formular un plan magistral para salir de aquí, no se me ocurría nada.

¿Importaba entonces si yo también me sumía en la desesperación como Ricardo? Si me comportaba como un llorón como él, ¿alguien me culparía? Probablemente Ricardo se burlaría de mí. Joder, lo más seguro es que yo sería el primero en soltar la carcajada.

Las olas azotaban las rocas de la playa y la pequeña lancha se mecía como si fuera un barco de papel. Aunque ya no estábamos en la temporada de tormentas, el mar continuaba agitado.

Fue por Ricardo y lo arrastró a mi lado. Mi novio intentó resistirse, pero por el esfuerzo únicamente se ganó un par de patadas y que le lastimara la apuñalada que le di. Me sentí culpable por eso. Quizás si no lo hubiera apuñalado, habría podido correr, escaparse y pedir ayuda.

¿A dónde se hubiera escapado? No lo sé.

¿Pedirle ayuda a quién? Tampoco lo sabía. Nadie solía meterse en los problemas de otros y no había autoridades en la isla. 

―Bien ―dijo―, he de admitir que asesinarlos es algo que he estado esperando durante mucho tiempo.

―¿A qué te refieres? ―dijo Ricardo confundido, dándole voz a la misma pregunta que me pasaba por la cabeza―. Es la primera vez que te miro.
Simplemente sonrió de esa manera macabra que le caracterizaba y nos dijo:

―Vuelvan a ver hacia el otro lado y aprecien el amanecer porque es el último que verán.

Después de eso se subió también en el bote.

¿A dónde iríamos cuando a nuestro alrededor no había nada más que océano? Seguramente la respuesta era una: a nuestra muerte.

Volví a ver a Ricardo y con la mirada le quería decir lo mucho que lo amaba y lo feliz que me hacía que nos hubiéramos vuelto a encontrar, especialmente cuando creí que lo nuestro jamás funcionaría.

Sin embargo, lo que vi en su expresión me llenó de esperanzas. Mi novio tenía un plan. Lo supe por la expresión llena de determinación que tenía en el rostro.

―¿Qué les parece ―dijo― si no comienzan por decirme cómo fue que los dos se encontraron en esta isla? ―Ambos nos quedamos en silencio y cuando no respondimos, simplemente sacó un cuchillo del pantalón y se lo clavó cerca de la herida que le hice a Ricardo.

―Infeliz ―exclamé indignado y traté de lanzarme sobre Ricardo para cubrirlo―. Al que odias es a mí, ¿cierto? Entonces desquítate conmigo inmundicia…

Me dio una bofetada tan dura que hasta vi luces.

―Les hice una pregunta a ambos y quiero que uno de los dos responda o habrá más daño. Siento curiosidad ―dijo como si fuéramos amigos charlando y poniéndonos al día― ¿cómo fue que se reencontraron en la isla y se enamoraron? Porque no me lo pueden negar, por mucho que finjan que no es así, son maricas ¿verdad? ¿Y por qué carajos apuñalaste a tu novio? Eso es algo que también me da curiosidad… Empieza a hablar ―dijo apuntándome el rostro con la escopeta. Entreténganme mientras llegamos a nuestro destino.

―Bien, bien ―dije mirando atentamente a Ricardo que se quejaba de dolor. Estaba demasiado pálido y perdía mucha sangre―. No lo lastimes, ¿sí? Te contaré la telenovela que deseas saber. ―El hombres se carcaejó como si lo que acabase de decir fuera divertido.

―Siempre me agradó eso de ti ―dijo―. Tu sentido del humor. Empieza ―ordenó.

Suspiré y pensé qué decirle.

―Fue aproximadamente hace seis meses cuando recibí una carta de Ricardo que…

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